Con
frecuencia se habla de que los cambios
estacionales producen alteraciones en el estado de ánimo de las personas.
En verano solemos estar más activos y animados mientras que en invierno estamos
más cansados y desanimados.
Esto ocurre porque se producen modificaciones cerebrales que afectan a nuestra cognición, conducta, metabolismo, incluso a nuestro sistema inmunitario ya que se ha descubierto que hay algunos genes que se activan en función de las épocas del año.
Con
la entrada de la primavera y el otoño
(sobre todo) notamos en nuestras consultas alteraciones cognitivas y
conductuales en nuestros niños, coincidiendo con el cambio horario.
Los cambios horarios estacionales se dan de
manera brusca (aumentado o atrasando una hora), dando lugar a cambios en
nuestros hábitos, lo que no siempre afecta de forma favorable a todo el mundo.
Es decir, se produce un desajuste en
nuestro organismo.
¿Cómo se explican estos cambios?
Existen muchas teorías sobre por qué se producen estos cambios anímicos en los individuos en relación a los cambio estacionales, pero la mayoría de los investigadores coinciden en que pueden estar desencadenados por la respuesta del cerebro a la disminución de la luz y la relación con algunas hormonas claves en la regulación de los ciclos de sueño-vigilia, la melatonina y la serotonina.
La melatonina es una hormona producida principalmente por la glándula pineal, y participa en una gran variedad de procesos celulares, neuroendodrinos y neurofisiológicos. La producción de melatonina por la glándula pineal es inhibida por la luz, lo que quiere decir que se produce por la noche (en circunstancias normales). La producción de melatonina está regulada por el ciclo diario de luz-oscuridad, lo que se conoce como ciclo circadiano. Durante el otoño y el invierno los días se acortan y las horas de oscuridad se alargan, pudiendo causar un aumento en los niveles de melanina.
La serotonina es un neurotransmisor que tiene efecto modulador general e inhibidor de la conducta, regulando el comportamiento exterior del individuo, el sueño, la actividad sexual, el apetito, los ritmos circadianos, funciones endocrinas, la temperatura corporal, el dolor, la actividad motora y funciones cognitivas. Los niveles de serotonina son más bajos durante el otoño y el invierno.
La melatonina es una hormona producida principalmente por la glándula pineal, y participa en una gran variedad de procesos celulares, neuroendodrinos y neurofisiológicos. La producción de melatonina por la glándula pineal es inhibida por la luz, lo que quiere decir que se produce por la noche (en circunstancias normales). La producción de melatonina está regulada por el ciclo diario de luz-oscuridad, lo que se conoce como ciclo circadiano. Durante el otoño y el invierno los días se acortan y las horas de oscuridad se alargan, pudiendo causar un aumento en los niveles de melanina.
La serotonina es un neurotransmisor que tiene efecto modulador general e inhibidor de la conducta, regulando el comportamiento exterior del individuo, el sueño, la actividad sexual, el apetito, los ritmos circadianos, funciones endocrinas, la temperatura corporal, el dolor, la actividad motora y funciones cognitivas. Los niveles de serotonina son más bajos durante el otoño y el invierno.
¿Qué consecuencias tienen estos cambios?
Con
la entrada del otoño, comenzamos a notar en nuestros pacientes pediátricos que algunos de los síntomas que presentan se agravan de
manera significativa o bien aparecen con más frecuencia en esta época. Entre
ellos destacamos:
Mayor irritabilidad y mal humor.
Agresividad.
Baja tolerancia a la frustración.
Mayor dificultad para controlar sus impulsos tanto motores como cognitivos.
Dificultades para conciliar y mantener el sueño por la noche.
Agotamiento y cansancio durante el día, observándose cambios físicos (ojeras y cambios en la tonalidad de la piel).
Dificultades atencionales secundarias a las dificultades inhibitorias y falta de sueño.
Dolores de cabeza frecuentes.
Aumento de tics.
Mayor dificultad para tolerar los cambios.
Aumento de convulsiones y crisis epilépticas.
Alteraciones emocionales.
Estos síntomas tienen una repercusión en la vida diaria del pequeño y en sus diferentes contextos.
Mayor irritabilidad y mal humor.
Agresividad.
Baja tolerancia a la frustración.
Mayor dificultad para controlar sus impulsos tanto motores como cognitivos.
Dificultades para conciliar y mantener el sueño por la noche.
Agotamiento y cansancio durante el día, observándose cambios físicos (ojeras y cambios en la tonalidad de la piel).
Dificultades atencionales secundarias a las dificultades inhibitorias y falta de sueño.
Dolores de cabeza frecuentes.
Aumento de tics.
Mayor dificultad para tolerar los cambios.
Aumento de convulsiones y crisis epilépticas.
Alteraciones emocionales.
Estos síntomas tienen una repercusión en la vida diaria del pequeño y en sus diferentes contextos.
Ámbito escolar:
Según nos cuentan los papas y los tutores de
nuestros pacientes, niños que tienen dificultad para controlar los impulsos
están más inquietos motóricamente y presentan conductas más agresivas
y desafiante de lo habitual, ocasionándole problemas con profesores y
compañeros. Pacientes con dificultades atencionales están por lo
general, más dispersos en clase, y con una menor predisposición
al trabajo puesto que todo le supone un esfuerzo mayor que de costumbre
(debido a su agotamiento y cansancio). Esto genera que lleven más tarea para
casa porque no la terminan en el cole, por lo que tienen que pasar tiempo de su
tarde haciendo la tarea y sus tiempos de descanso, ocio y juego se encuentra
reducidos.
Ámbito
familiar:
Los
problemas en el cole repercuten también en el ámbito familiar. No sólo los
niños están mas cansados durante esta época, también los adultos sufrimos las
consecuencias de los cambios estacionales. Los papás se encuentran desbordados
ante el comportamiento de los pequeños, la cantidad de tareas escolares y el pasar más
tiempo en casa debido a las pocas horas de luz y el mal tiempo hace que
todos los miembros de la familia estén menos
tolerantes, más irritables e irascibles.
Ámbito social:
Nuestra
vida social y la de los peques se reduce un poco en esta época del
año. Al haber menos horas de sol, las horas
en lugares al aire libre (parque, campo…) se minimizan, disminuyendo como consecuencia los lugares donde
establecen contacto con iguales
fuera del ámbito escolar. Por lo que las
actividades que realizan son más
sedentarias y solitarias (ver la televisión, jugar en casa…) y requieren de
un menor esfuerzo físico, esto conlleva
a que los niños acumulen energía y
por ello se muestra mucho más “inquietos y revoltosos” en casa o en
el cole.
Conclusión:
Como
hemos podido comprobar la entrada del otoño nos afecta cerebralmente
repercutiendo en nuestro día a día. Por lo general, este “caos” cognitivo y conductual
remite pasado un tiempo, cuando nuestro cerebro
se adapta al cambio. Los cambios que
se han mostrado y explicado son los que observamos en nuestras consultas con
pacientes que presentan algún tipo de alteración en su neurodesarrollo, es
decir, que en la mayoría de ellos hay síntomas que observamos todo el año,
aunque se mantienen más estables. Es por ello, que recomendamos a los papas no
alarmarse en exceso cuando estos síntomas se agravan de manera temporal
coincidiendo con el cambio estacional. No obstante, les ofrecemos algunas
pautas que favorezcan la adaptación al cambio, como pueden ser:
Intentar mantener ciertas rutinas durante todo el año.
Aprovechar las horas de sol y hacer actividades al aire libre, que fomente el ejercicio físico.
Evitar exceso de actividades sedentarias.
Mantener las rutinas de sueño.
Intentar mantener ciertas rutinas durante todo el año.
Aprovechar las horas de sol y hacer actividades al aire libre, que fomente el ejercicio físico.
Evitar exceso de actividades sedentarias.
Mantener las rutinas de sueño.
María Ortiz Rodríguez,
Neuropsicóloga
CIVET
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