El hecho de
acudir al médico es un evento estresante para todos los seres humanos.
Al hecho
de enfermar (algo ya desagradable en sí mismo ) se le une la incertidumbre
acerca de la causa del malestar y de su evolución, el miedo a recibir
exploraciones o pruebas dolorosas, la latencia necesaria hasta el conocimiento
del diagnóstico, el miedo a la gravedad del mismo, la exposición como testigos
al dolor de otros seres humanos, etcétera.
En el caso
de los niños, todos estos miedos están igualmente presentes, pero debido a que
cuentan con menos recursos (algunos entran en contacto por primera vez con
experiencias corporales dolorosas; muchos se encuentran todavía en un estado
preverbal en el que poner en palabras lo que les pasa para regularlo no es una
opción disponible; no tienen experiencias pasadas a las que poder acudir en
busca de apoyos emocionales…) su afrontamiento del mismo se ve dificultado. Es
como si nos sumergieran en una piscina de agua helada antes de que sepamos lo
que significa “agua”, “piscina” y “sumersión”; antes de que sepamos lo que significa
“helada”.
Sólo la experiencia del dolor (de la congelación), sin contexto, sin
alrededores.
Decía
Vygostky que una de las funciones principales de los padres es la de proporcionar andamiaje a sus hijos,
es decir, la de “prestarles” recursos que aún no
tienen para que puedan
afrontar situaciones para las que aún no están preparados.
Gracias a esos
apoyos (a ese “yo” auxiliar que se pone en marcha) los menores pueden resolver
exitosamente las situaciones a las que se van enfrentando en su proceso de maduración y aprendizaje.
En el
contexto de la enfermedad y de las intervenciones médicas de los menores son
varias las recomendaciones que podemos hacer y que pueden constituir un
andamiaje instrumental y emocional efectivo, a saber:
Abordar la enfermedad y la necesidad
de asistencia médica con naturalidad, como una parte de la vida a la que es
necesario enfrentarse. Desdramatizarla en la medida de lo posible.
Explicarle de forma anticipada al
niño la necesidad de la intervención (exploración médica, pruebas,
medicación…). Esto es importante incluso en niños muy pequeños, en los que
pensamos que no hay recepción del mensaje porque aún no está desarrollado el
lenguaje. Recibir esta comunicación les tranquilizará y les ayudará a afrontar
mejor la situación.
Explicarle en qué va a consistir
exactamente la exploración. Habitualmente es difícil que los médicos puedan
tomarse el tiempo que necesitarían para transmitir esta información, pero es
muy importante para disminuir el grado de ansiedad del menor. Podemos pedirle
al facultativo que nos los explique a nosotros y transmitirlo nosotros a
nuestra vez al menor.
Estar presentes durante la
exploración y las pruebas médicas. Si no es posible mantener al niño en brazos
mientras se le explora (esto sería lo ideal), intentar al menos mantener el
contacto físico (cogerle de la mano, acariciarle la cabeza….).
Cantarle mientras se le hacen las
pruebas y exploraciones. Para los niños la música (sobre todo en la voz
materna) es un ansiolítico natural que les ayudará a contrarrestar la
aversividad de la exploración médica.
No mentirle, no prometerle por
ejemplo que el médico sólo hablará con él sin explorarle (si no va a ser así) o
que la prueba no dolerá o que el médico le regalará algo a la salida. Debemos
dar información veraz, enfatizando los aspectos positivos (que estaremos
acompañándole, que será rápido –cuando lo sea-, que en unos días se sentirá
mejor, etc.).
Llegar a acuerdos. Por ejemplo:
dejarle elegir (dentro de lo posible) el día de la visita al médico, con quién
desea acudir, etc. También se le puede ofrecer la posibilidad de realizar una
actividad agradable tras la exploración o la toma de medicación.
Espaciar las pruebas, sobre todo
aquellas de carácter doloroso: que el menor sienta que hay espacios de recuperación/descanso
entre ellas.
Mantener la calma y no intercambiar
miradas ni comentarios negativos entre los adultos. En ausencia de otra
información disponible, los menores estarán alerta sobre nuestro estado
emocional y nuestra comunicación. Si nos ven asustados o preocupados deducirán
que están en una situación peligrosa y reaccionarán en consecuencia.
No forzarlo físicamente ni imponerle
los procedimientos. Es natural que los niños se resistan (incluso en aquellos
casos en los que ha habido una explicación previa) a las exploraciones médicas.
Eso, unido a la propia ansiedad de los adultos y a la presión del tiempo a la
que están sometidos los facultativos, hace que intentemos realizar la
exploración a toda costa y de la forma más rápida posible, pero esta forma de
proceder puede hacer que el procedimiento tenga un mayor poder traumatogénico. Es
preferible, si percibimos señales de resistencia en el menor, interrumpir la
exploración y dedicar unos minutos a relajarlo a través del tacto, de la
comunicación verbal o del juego. Y una vez que esté relajado y confiado
proponerle continuar con la exploración.
Respetar la confianza que el menor
pone en nosotros y su derecho a participar en el proceso. Por ejemplo, si está
manifestando señales de resistencia a la exploración no debemos distraerlo con
otra cosa y aprovechar un momento de distracción para ponerle la inyección o
someterlo a la prueba de que se trate. Debemos transmitirle que el
procedimiento médico en sí no es negociable, pero que buscaremos la forma de
que lo afronte a su manera (por ejemplo, darle la posibilidad de que vea la
tele mientras se le pincha, de llevarse el juguete que quiera a la consulta,
etc.). Esto último le transmitirá una sensación de controlabilidad que aumentará su capacidad de afrontamiento.
Confiar en nuestro hijo, en sus capacidades y
recursos. A pesar del apoyo paterno,
de
la compañía y apoyo que podamos prestarle, será él en última instancia el que
tendrá que afrontar y vivir la experiencia médica. Confiar en que puede hacerlo.No hacerle comentarios negativos si
no ha sido capaz de someterse a la exploración o si ha mostrado signos de
debilidad durante la misma. Debemos expresar compresión y apoyo, reforzando en
cualquier caso el intento de afrontamiento.
Y por último, lo más importante, sin
lo cual el resto no es posible, confiar
en nosotros como padres.
Lucía Díaz
Psicóloga clínica
CIVET
Publicar un comentario