Hace unos meses hablábamos de la
reserva cognitiva, transmitiendo una idea que es importante cuando abordamos la
entrada en la tercera edad: Lo que hacemos en nuestra vida deja su huella en
nuestro cerebro. Y esa huella seguramente pueda ser una ayuda para retrasar
ciertas enfermedades como el Alzheimer o deterioros cognitivos que puede
relacionarse como el “hacerse mayor”. Sin embargo, la huella del paso del
tiempo también implica cambios en nuestro cerebro que son normales, pero que
tienen su efecto en nuestra vida diaria. Al final no podemos entender lo uno
sin lo otro.
Es importante entender estos
cambios normales a nivel cognitivo que ocurren con la edad y en especial, aprender
a diferenciarlos de otros cambios que si resultan indicativos de encontrarnos
ante otro tipo de alteraciones algo más patológicas.
¿Qué es
normal y qué no?
Uno de los miedos más extendidos
cuando nos vamos haciendo mayores es la aparición de enfermedades
neurodegenerativas, por lo que muchas veces cualquier signo que se observa (un
despiste, algún olvido…) se interpreta como algo un indicador de lo mismo,
obviando aquello que decíamos al inicio: Hay cambios cognitivos normales de la
edad.
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El paso del tiempo provoca cambios en cómo funciona nuestro cerebro y eso implica cambios en la forma de adaptarnos al mundo. |
Uno de los más llamativos suele
ser la dificultad para el acceso a las palabras. Es decir, de manera habitual
las personas mayores muestran una dificultad para acceder a ciertas palabras de
su léxico habitual con una sensación de tener la palabra en “la punta de la lengua”.
Esta dificultad puede ser normal si no afecta de manera severa a la
conversación en general y, una vez presentada la palabra o una vez se ha
ayudado a encontrarla, esta se reconoce sin problema. Otra cosa muy diferente
sería que la palabra, aunque presentada a la persona como desconocida o sin
sentido, pero de nuevo se trataría de una cuestión de frecuencia. Que algo
ocurra una sola vez o pocas veces no es indicativo de un problema.
Otro de los problemas, y este
suele pasar desapercibido, son los problemas atencionales. Conforme entramos en la edad adulta, nuestra
capacidad para resistirnos a la interferencia de estímulos irrelevantes suele
decrecer, de forma que simplemente, nos despistamos más. Resulta bastante fácil
que ocurran episodios como el famoso “iba a la cocina y cuando llego no
recuerdo a por lo que iba”. Esto siempre se achaca a la memoria, pero muchas
veces es fruto precisamente de ese problema a la hora de que otra cosa no nos
distraiga. De hecho, casi siempre, terminamos por recordar o reconocer a por lo
que íbamos, luego no era tanto un problema de memoria como de “a donde nos
pusimos a mirar sin querer”.
También se habla mucho de la
velocidad de procesamiento. De hecho, los cambios que ocurren en el cerebro
cuando nos hacemos mayores implican muchas veces una reducción de esa velocidad
de transmisión de la información, lo que implica que muchas tareas se hagan de
forma más lenta. Eso sí, lo que suele pasarnos es simplemente que necesitamos
más tiempo para hacer las cosas, pero que, sin una restricción de tiempo, uno
termina por poder hacerlas y organizarlas correctamente.
Sobre la memoria también existen
alteraciones normales de la edad, con dificultades más para la recuperación de
información que para realmente la creación de una huella real (al final, como
se lleva diciendo todo esta post, se termina por reconocer las cosas), aunque
si es muy característica la amnesia de la fuente, es decir, dificultad para
recordar el momento o contexto en el que se adquiere cierta información que si
está presente.
Por último, hay cambios a nivel
del lóbulo frontal del cerebro, que se expresan a veces en una dificultad para
manipular mucha información de forma simultánea (memoria de trabajo) o para
controlar los impulsos, dando lugar a veces a respuestas algo impulsivas o poco
procesadas, pero siempre en un margen que no afecta realmente la vida de la persona
ni al entorno.
Resulta importante quedarse con esta idea. Hay cambios
cognitivos asociados a la edad como los que hemos nombrado y, por tanto, muchas
veces lo que vemos no es un signo indicativo de algo patológico. Eso no quita
que ante la duda, se acuda a un especialista que sepa ver esas sutiles
diferencias.
¿Y qué pasa
con estos cambios?
El hecho es que, pese a que hay
cambios normales por la edad, estos no tienen que ser limitantes a la hora de
persona ya que, igual que el cerebro se adapta a esos cambios para seguir
funcionando, la persona puede hacerlo perfectamente teniendo compensando estas
dificultades con acciones cotidianas.
De hecho, uno de los grandes
problemas que hay es el prejucio que se establece de forma habitual con las
personas mayores y que no recibe tanta atención como otros sesgos que se ven en
nuestro entorno, que se engloba dentro del término "edadismo". De esta manera, se
presupondría que el envejecimiento va asociado a la enfermedad, a la
discapacidad y ello conllevaría muchas veces a un comportamiento
condescendiente con estas personas, un habla infantilizada y una sensación de
poca aportación, sin valorar que, para la enfermedad no es una condición
definitoria de la tercera edad y que, además, las experiencias acontecidas
durante tantos años de vida pueden, precisamente ser un gran aporte y ayuda a
personas más jóvenes.
Con esto, lo que queremos decir
es que, si bien hay cambios cognitivos normales de la edad, estos no implican
discapacidad, no implican pérdidas, sino simplemente un equilibrio diferente
para seguir funcionando en el día a día. Siendo conscientes de esto, podemos
ayudar también a nuestros mayores a tener una vida mejor, y una sociedad que se
adapte a ellos y a sus necesidades de una forma lógica y coherente.
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