Cada vez más presente en los medios de comunicación, el bullying se ha convertido en un problema que excede el ámbito escolar
El término bullying (del inglés, “intimidar”) hace referencia al ejercicio de la violencia dentro del ámbito escolar. Implica cualquier forma de maltrato (físico, psicológico o social) de un alumno (o grupo de alumnos) hacia otro. Dicho maltrato se caracteriza por ser deliberado y continuado en el tiempo. Los investigadores distinguen tres elementos fundamentales en el mismo (que constituyen lo que se conoce como “el triángulo del acoso”): el acosador, la víctima y los espectadores, pudiendo actuar estos últimos como instigadores o como espectadores pasivos.
Si bien en un
principio era un problema limitado espacialmente (al patio del colegio, los
baños, los pasillos…), con la llegada de las nuevas tecnologías y el boom
de las redes sociales ha pasado a
convertirse en un fenómeno de amplio espectro, con poder para ejecutarse en
múltiples ámbitos y desde múltiples localizaciones. Es lo que ha venido a
llamarse ciberbullying o bullying cibernético. Esta mutación
en la morfología del acoso no sólo aumenta la invasividad y nocividad del
mismo, sino que inutiliza o reduce el potencial de algunas de las estrategias
utilizadas tradicionalmente para combatirlo, como por ejemplo el cambio de
centro escolar de la víctima.
Actualmente se
considera que el bullying es un
problema mundial; al menos así lo ha recogido la UNESCO recientemente en su
informe denominado Ending the torment:
Tackling bullying from the schoolyard to cyberspace (Poner fin al tormento:
cómo abordar el acoso escolar desde el patio del colegio al ciberespacio).
Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), dos de cada diez personas sufren el acoso y sus consecuencias.
Entre las víctimas potenciales se encuentran aquéllas que padecen una
incapacidad física o psíquica, tienen algún tipo de trastorno del aprendizaje o
pertenecen a algún grupo étnico,
religioso, cultural o de orientación sexual minoritario (en este sentido, es muy frecuente el bullying a homosexuales y transexuales).
No obstante, los investigadores señalan que no es posible establecer un perfil
prototípico, ya que cualquiera, en determinadas circunstancias, puede
convertirse en víctima de acoso. Sí parece más consistente, en cambio, el
perfil del acosador o bullie: personalidad
irritable y agresiva, escaso autocontrol y empatía, bajo rendimiento académico
y tendencia a asumir el papel de líder; la función del acoso parece ser la de
mantener su hegemonía dentro del grupo de iguales, obteniendo el reconocimiento
y la admiración de los demás miembros.
Ante el aumento
vertiginoso de casos de bullying y de
la gravedad de sus consecuencias (la muerte, en algunos casos) los distintos
países del mundo ha puesto en marcha diversos métodos para combatirlo. De todos
ellos, el que ha mostrado mayor eficacia hasta la fecha ha sido el denominado proyecto KiVa, que se implantó en
Finlandia en el año 2007. Su nombre procede de la expresión finlandesa Kiusaamista Vastaan (contra el acoso) y su desarrollo fue la
consecuencia de una serie de investigaciones realizadas en la Universidad de
Turku (Finlandia). Tras un año de implementación del programa, se constató que el número de alumnos acosados se redujo
en un 40%; además, se encontraron otros
resultados positivos, como que dicho método reducía la depresión y la ansiedad de los alumnos y que mejoraba el bienestar escolar y la
motivación académica. A diferencia de otros métodos que inciden en el
abordaje de la víctima (para hacerla menos victimizable) o del agresor (para que
no acose), el programa KiVa centra su intervención en los testigos del acoso, es decir, en aquéllos que con su actitud de
aprobación o pasividad legitiman el acoso y lo convierten en una estrategia
aceptable de obtener aprobación social y de mantener el liderazgo entre los
iguales. Se persigue que los testigos desinstrumentalicen el acoso a través del
vacío social ante el uso de la violencia y del apoyo y defensa de la víctima.
El programa
incluye tanto estrategias preventivas como de intervención precoz. Por lo que
respecta a las primeras, todos los estudiantes reciben una serie de clases
transversales donde se exponen las diferentes modalidades de acoso y donde se
fomenta el valor de la empatía y del respeto
a los otros. Además, se incluye vigilancia
durante los recreos para detectar cualquier posible forma de acoso. En cuanto a
las segundas, cada colegio cuenta con un equipo
KiVa constituido por tres adultos que se pone en funcionamiento en cuanto
se detecta un caso de bullying en el
centro.
El programa
KiVa se ha implementado en numerosos países desde su creación, incluido el
nuestro (en un colegio finlandés de Fuengirola, Málaga). Los resultados
obtenidos avalan su potencial social en la lucha contra el acoso y lo
convierten en una herramienta muy atractiva para lidiar con este problema. No
obstante, podemos hacer algunas reflexiones sobre el mismo:
- Puesto que los casos de acoso se reducen con la implementación del programa pero no se eliminan completamente, cabe pensar que pueda haber otros factores implicados que no se están atendiendo completamente en el mismo. En relación con esto es importante recordar siempre que los problemas complejos requieren múltiples intervenciones en múltiples ámbitos y sobre todos y cada uno de los elementos participantes.
- Si bien podemos (y debemos) considerar la educación como el principal pilar de una sociedad, y confiar por tanto en el valor preventivo de las acciones que se realizan en este ámbito (y máxime en aquellas que se implementan desde una edad temprana), dejar la posibilidad de ser acosado en manos de terceras personas (los testigos y los adultos) puede incidir negativamente en el locus de control del individuo y, consecuentemente, en su autoestima y su confianza en sus habilidades de afrontamiento. El locus de control fue un término introducido en 1966 por Rotter y hace referencia a la atribución que hace la persona sobre cuál es la causa de las cosas que le suceden en la vida. Puede ser interno (si el individuo piensa que los acontecimientos dependen en gran medida de él) o externo (si piensa que depende de la actuación de otros). Además del bullying, existen otras formas de violencia social y de situaciones potencialmente victimizadoras, por lo que entrenar a la víctima en estrategias de afrontamiento personales (defenderse, desarrollar habilidades sociales, alertar y pedir ayuda) puede complementar exitosamente las intervenciones anti-acoso sin menoscabar sus habilidades y su desarrollo autónomo.
- Muchos acosadores fueron a su vez víctimas de acoso en el pasado, por lo que es previsible que aquellas estrategias que vayan encaminadas a mitigar el poder traumatogénico de dicha experiencia y a aumentar su sentimiento de valía personal y sus habilidades reduzca igualmente la incidencia del acoso.
- Parece necesario adaptar el método KiVa para tratar los casos de ciberbullying, donde los testigos a veces no pertenecen al mismo centro escolar ni al mismo grupo de iguales y donde pueden apoyar el acoso sin que haya represalias de ningún tipo.
Estos comentarios (cuyo fin es invitar a la reflexión sobre la complejidad del fenómeno del bullying) no deben menoscabar la
importancia de la iniciativa KiVa, ya que es una forma muy potente de visibilizar el problema del bullying, de dar cuenta de su gravedad y de comprometerse con la solución activa del mismo. Es deseable que esta
actitud se contagie a otros países y que finalmente se encuentre una solución que permita que los niños y
adolescentes no necesiten defenderse de las agresiones de sus iguales y, de que
en caso de necesitarlo, lo hagan rápida y exitosamente.
Lucía Díaz Rodríguez
Psicóloga Clínica
CIVET SCP
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