El tiempo dedicado al desarrollo de los programas preventivos es fundamental para crear las bases de un buen futuro
El proceso de aprendizaje que permite el dominio de un
gesto o de cualquier movimiento tiene su origen y se extiende desde el mismo momento
del nacimiento y la Fisioterapia,
dentro del marco de la Atención Temprana,
tiene como uno de sus principales objetivos tutelar este proceso de aprendizaje.

En cualquier caso, para conseguir un adecuado nivel funcional es
preciso, entre otras cosas, que el niño cuente con la base de un potencial motor suficiente. Sobre la
base de este potencial, la vivencia de experiencias motrices repetidas, característica
de cualquier proceso de aprendizaje o entrenamiento, permitirá ajustes en los
movimientos que el niño lleva a cabo de manera voluntaria y su posterior
memorización.
Pero el desarrollo, los aprendizajes y la adaptación funcional al
medio pueden verse alterados por procesos fisiopatológicos y alteraciones
secundarias a la patología original y que van a afectar a la herramienta
corporal del niño en su tránsito hacia la edad adulta. Muchas de las patologías
neurológicas que interfieren el desarrollo de los niños muestran unas
características clínicas que hacen previsible
la aparición de estas alteraciones secundarias en forma sobre todo de pérdida
de capacidad de adaptación de los músculos al estiramiento, de desequilibrios musculares
y articulares, de deformidades, etc. El estado de músculos y articulaciones
forma parte de los factores que determinan un mayor o menor potencial motor,
por lo que el deterioro de aquellos podrá suponer una disminución de éste.
En efecto, en los casos en los que la patología de base del niño
supone una alteración importante de las funciones motrices y por tanto del modo
en que usa o no usa sus músculos y articulaciones, las consecuencias anatómicas
suelen ser más importantes. En estos casos, por encima de los objetivos
funcionales y como base en realidad para poder alcanzarlos, parece necesario un
buen programa preventivo.

El factor tiempo se vuelve por tanto fundamental, no sólo por la
necesidad de establecer lo antes posible programas preventivos que se anticipen
a la aparición de los problemas musculares
y ortopédicos (previsibles como hemos comentado), sino también por tratarse de
un aspecto que trascenderá las edades tempranas y tendrá sus consecuencias en
la vida adolescente y adulta del niño.
Nuestra práctica profesional nos indica que no siempre es fácil
concienciar a las familias e incluso a los propios profesionales de la
importancia de este tiempo dedicado a la prevención. La lógica urgencia de los
padres en ver en sus hijos avances motores significativos contagia a veces nuestro
trabajo y le da a las sesiones y actividades desarrolladas en las mismas una significación
extraordinaria.
Es importante transmitir y convencer a todos los actores que influyen
en alguna medida en la vida del niño (padres, familiares, terapeutas, profesores,
etc.) que el tiempo dedicado al
desarrollo de los programas preventivos no es tiempo perdido, sino tiempo
terapéutico extendido, y que va a dar soporte y posibilidades de éxito al resto
de acciones, actividades y esfuerzos realizados tanto por el propio niño como
por sus familias: esfuerzos y recursos físicos, económicos, emocionales…
Es inevitable que el uso distinto que hacen los niños de unas
estructuras anatómicas que están diseñadas para ser usadas de otra forma provoque
con el tiempo, y según el grado de afectación y las características motrices del niño,
adaptaciones de dichas estructuras. De ahí que también sea necesario contemplar
qué tipo de actividades físicas se plantean y la intensidad de las mismas
durante los procesos terapéuticos. Tan perjudicial para el desarrollo motor y
el futuro funcional del niño puede ser la falta de actividad motriz como un
exceso de uso inadecuado de su cuerpo. Estos excesos realizados durante edades
tempranas en busca de logros funcionales que a veces suponen un elevado coste
físico para el niño pueden hipotecar sus posibilidades al llegar a la
adolescencia o la edad adulta.
En este sentido, poder contar durante la etapa de Atención Temprana con una visión general que se extienda más allá de los seis
años, planteando programas terapéuticos equilibrados y prudentes que tengan en cuenta una adecuada prevención puede favorecer
que nuestra tutela del desarrollo conduzca a un buen futuro para el niño.
Daniel A. Ortega Asencio
Fisioterapeuta
CIVET
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